sábado, 31 de marzo de 2012

John Hollenbeck, baterista en la búsqueda del placer

La subyugante oferta musical que integra el prodigo universo sonoro del compositor y baterista John Hollenbeck lo ha elevado con justicia al cenit imaginario en el que se ubican los artistas más creativos de la última década. En su trayectoria reciente se dan cita en perfecta sincronía proyectos paralelos de equivalente calidad, tales como el incomparable The Claudia Quintet, sus respectivos dúos con el saxofonista Jorrit Dikstra y el cantante Theo Bleckmann, The Refuge Trio y el recientemente constituido Hello Earth!. No obstante podríamos colegir que, de ese vasto territorio estético en el que confluyen e interceptan entre otros géneros el jazz, la música de cámara, el minimalismo, la música folk y el post-rock; es el John Hollenbeck Large Ensamble la propuesta que mejor contiene su pensamiento orquestal de avanzada y la exuberancia de los ideales artísticos que lo distinguen.
La plenitud estética de este emprendimiento ha quedado debidamente testimoniada en los álbumes A Blessing de 2005 y Eternal Interlude de 2009 ya que ambos trabajos, además de impulsar una eminente renovación del concepto de big band, han permitido un reposicionamiento de los principios tendientes al mestizaje de jazz y música clásica otrora enarbolados por la third stream o tercera corriente y su precursor, el jazz sinfónico. Las composiciones pergeñadas por John Hollenbeck para este ensamble se caracterizan por su fuerte anclaje a la partitura, espacios de improvisación acotados a los instrumentos solistas, un encuadre de la masa sonora que privilegia la textura, el timbre y la dinámica en comunión con nociones cromáticas heredadas de Gyorgy Sandor Ligeti, una liberación de las estructuras sinfónicas tradicionales a la manera de los postrománticos y una apropiación de elementos de libre atonalidad asociados a Arnold Schoenberg.
El fulgor académico que manifiestan sus composiciones no se circunscribe a las elites de la música culta ni se ajustan con exclusividad a los restringidos márgenes que delimitan el territorio asignado al jazz de vanguardia. Por el contrario, en las ideas que emanan de sus partituras se expresa una heterodoxia siempre vinculada a las nuevas corrientes de la música creativa pero canalizada mediante una explícita y deliberada orientación a desacralizar la actitud intelectual exagerada y con una pertinaz búsqueda por construir sensaciones auditivas placenteras.
El arte musical une a la obra con su autor; pero en el caso de John Hollenbeck, al igual que con otros elegidos, está presente la indisimulable intención de extender ese enlace a quienes acceden a la misma. Es decir que su propuesta artística conlleva la indisimulable aspiración por lograr que el creador, la obra, su exposición y posterior contemplación, se vinculen entre sí a través del placer.

viernes, 2 de marzo de 2012

Billie Holliday, Strange fruit y Eduardo Galeano


La empresa Columbia se negó a grabar esa canción, y el autor tuvo que firmar con otro nombre.

Pero cuando Billie Holliday cantó Stran fruit, cayeron las barreras de la censura y el miedo. Ella cantó con los ojos cerrados y la canción fue un himno religioso por obra y gracia de esa voz nacida para cantarlo, y desde entonces cada negro linchado pasó a ser mucho más que un extraño fruto colgado de un árbol, pudriéndose al sol.

Billie,

la que a los catorce años lograba el milagro del silencio en los ruidosos puteros de Harlem donde cambiaba música por comida,

la que bajo la falda escondía una navaja,
la que no supo defenderse de las palizas de sus amantes y sus maridos,

la que vivió presa de las drogas y de la cárcel,

la que tenía el cuerpo hecho un mapa de pinchazos y cicatrices,

la que siempre cantaba como nunca
Fuente: Eduaro Galeano "Espejos, un historia casi universal"