El trompetista Christian Scott abrió la tercera edición brasileña del Festival de Bridgestone, encuentro de jazz que se lleva a cabo en la Citibank Hall del acomodado barrio paulista de Moema, una sala para unos 1700 espectadores que luce prácticamente llena; en verdad, espectadores-comensales o, al menos, espectadores bebedores; no hay butacas sino mesas y decenas de mozos que van y vienen con bandejas repletas llenas de botellas, penosamente agachados para no interferir en la visión del escenario. Pero la amplificación es buena, el público bebe sin hablar y el concierto se desarrolla normalmente.
En Scott -con un cuarteto que completan Milton Fletcher en piano, Kriss Funn en contrabajo, Jamire Williams en batería y Mathew Stevens en guitarra- se oye una cierta tradición del jazz; especialmente, la del jazz modal y cierta forma melódica de Miles Davis. Nada es demasiado nuevo, aunque los solos del formidable Stevens (de Toronto) son de una gran riqueza melódica y armónica. Hay algo atractivo en el cuarteto, al menos en su completo alejamiento del pastiche y de las formas más edulcoradas de fusión.
La primera noche (miércoles) se completó con el conjunto de Uri Caine. A diferencia de lo que ocurre con la música de Scott, en Uri Caine no se oye una tradición del jazz, sino varias, y explicitadas abiertamente todo el tiempo. Uri Caine es una especie de organillero virtuoso; puede tocar lo que le pidan. Esta vez fue un programa funk-soul-gospel, para lo cual contó con la colaboración de la competente vocalista negra Barbara Walker. Caine es el representante más extremo del posmodernismo musical: la originalidad es para él una quimera; toda su música es una reelaboración de otras músicas y estilos, desde el funk común y corriente hasta las canciones de Schumann y las Variaciones Goldberg de Bach. Pero hay mucho nivel técnico en todo lo que hace. Desde sus teclados (piano acústico y Rhodes, en este caso), Caine piensa orquestalmente, y en efecto encuentra una pequeña orquesta en el cuarteto que completan James Genus en contrabajo, Elizabeth Pupo en percusión y el notable Zach Danziger en batería, quien rivaliza con Caine en el rol solista por su tremenda fuerza propulsiva y sentido del suspenso musical.
Una cantante mucho más personal que la del conjunto de Caine es Dee Alexander, que abrió la noche del jueves con su Evolution Ensemble. El nombre del grupo en cierta forma está justificado: es formado por violín, violonchelo, contrabajo y batería/percusión, una rareza en la tradición del jazz, aunque el fondo de cuerda evoca naturalmente al country. La suma de instrumentos melódicos proporciona una trama necesariamente polifónica, a la que la voz de Dee se suma como un instrumento más, y uno fuertemente onomatopéyico.
El cierre de la segunda noche estuvo a cargo del pianista Ahmad Jamal, de 79 años, con un cuarteto completado por el contrabajista James Cammack, el percusionista Manolo Badrena y el baterista Helin Riley. Jamal es un músico genial. La vejez en todo caso le da al toque más liviandad y economía. Sus manos pasan por el teclado como ráfagas brevísimas. El sonido es exquisito; las frases están sumamente condensadas, con mucho aire entre una y otra. Jamal las abre y las cierra con una indicación del dedo índice, y con ese mismo desde va dando instrucciones y dialogando con cada miembro del cuarteto. Su estilo no recuerda a ningún otro, tanto en los temas propios como en la interpretación de standards. Al final de su show de poco más de una hora queda la sensación de que todo lo anterior no fue más que un dosificado aperitivo.
En Scott -con un cuarteto que completan Milton Fletcher en piano, Kriss Funn en contrabajo, Jamire Williams en batería y Mathew Stevens en guitarra- se oye una cierta tradición del jazz; especialmente, la del jazz modal y cierta forma melódica de Miles Davis. Nada es demasiado nuevo, aunque los solos del formidable Stevens (de Toronto) son de una gran riqueza melódica y armónica. Hay algo atractivo en el cuarteto, al menos en su completo alejamiento del pastiche y de las formas más edulcoradas de fusión.
La primera noche (miércoles) se completó con el conjunto de Uri Caine. A diferencia de lo que ocurre con la música de Scott, en Uri Caine no se oye una tradición del jazz, sino varias, y explicitadas abiertamente todo el tiempo. Uri Caine es una especie de organillero virtuoso; puede tocar lo que le pidan. Esta vez fue un programa funk-soul-gospel, para lo cual contó con la colaboración de la competente vocalista negra Barbara Walker. Caine es el representante más extremo del posmodernismo musical: la originalidad es para él una quimera; toda su música es una reelaboración de otras músicas y estilos, desde el funk común y corriente hasta las canciones de Schumann y las Variaciones Goldberg de Bach. Pero hay mucho nivel técnico en todo lo que hace. Desde sus teclados (piano acústico y Rhodes, en este caso), Caine piensa orquestalmente, y en efecto encuentra una pequeña orquesta en el cuarteto que completan James Genus en contrabajo, Elizabeth Pupo en percusión y el notable Zach Danziger en batería, quien rivaliza con Caine en el rol solista por su tremenda fuerza propulsiva y sentido del suspenso musical.
Una cantante mucho más personal que la del conjunto de Caine es Dee Alexander, que abrió la noche del jueves con su Evolution Ensemble. El nombre del grupo en cierta forma está justificado: es formado por violín, violonchelo, contrabajo y batería/percusión, una rareza en la tradición del jazz, aunque el fondo de cuerda evoca naturalmente al country. La suma de instrumentos melódicos proporciona una trama necesariamente polifónica, a la que la voz de Dee se suma como un instrumento más, y uno fuertemente onomatopéyico.
El cierre de la segunda noche estuvo a cargo del pianista Ahmad Jamal, de 79 años, con un cuarteto completado por el contrabajista James Cammack, el percusionista Manolo Badrena y el baterista Helin Riley. Jamal es un músico genial. La vejez en todo caso le da al toque más liviandad y economía. Sus manos pasan por el teclado como ráfagas brevísimas. El sonido es exquisito; las frases están sumamente condensadas, con mucho aire entre una y otra. Jamal las abre y las cierra con una indicación del dedo índice, y con ese mismo desde va dando instrucciones y dialogando con cada miembro del cuarteto. Su estilo no recuerda a ningún otro, tanto en los temas propios como en la interpretación de standards. Al final de su show de poco más de una hora queda la sensación de que todo lo anterior no fue más que un dosificado aperitivo.
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