
La plenitud estética de este emprendimiento ha quedado debidamente testimoniada en los álbumes A Blessing de 2005 y Eternal Interlude de 2009 ya que ambos trabajos, además de impulsar una eminente renovación del concepto de big band, han permitido un reposicionamiento de los principios tendientes al mestizaje de jazz y música clásica otrora enarbolados por la third stream o tercera corriente y su precursor, el jazz sinfónico. Las composiciones pergeñadas por John Hollenbeck para este ensamble se caracterizan por su fuerte anclaje a la partitura, espacios de improvisación acotados a los instrumentos solistas, un encuadre de la masa sonora que privilegia la textura, el timbre y la dinámica en comunión con nociones cromáticas heredadas de Gyorgy Sandor Ligeti, una liberación de las estructuras sinfónicas tradicionales a la manera de los postrománticos y una apropiación de elementos de libre atonalidad asociados a Arnold Schoenberg.
El fulgor académico que manifiestan sus composiciones no se circunscribe a las elites de la música culta ni se ajustan con exclusividad a los restringidos márgenes que delimitan el territorio asignado al jazz de vanguardia. Por el contrario, en las ideas que emanan de sus partituras se expresa una heterodoxia siempre vinculada a las nuevas corrientes de la música creativa pero canalizada mediante una explícita y deliberada orientación a desacralizar la actitud intelectual exagerada y con una pertinaz búsqueda por construir sensaciones auditivas placenteras.
El arte musical une a la obra con su autor; pero en el caso de John Hollenbeck, al igual que con otros elegidos, está presente la indisimulable intención de extender ese enlace a quienes acceden a la misma. Es decir que su propuesta artística conlleva la indisimulable aspiración por lograr que el creador, la obra, su exposición y posterior contemplación, se vinculen entre sí a través del placer.